viernes, 3 de febrero de 2017

TIEMPO DE DIOS 0


TIEMPO  DE  DIOS

TIEMPO  DE  DIOS
Ama a Dios y serás feliz
Febrero 4
Cristo fue el hombre más feliz porque no le negó nada a Dios olvidándose de sí mismo preocupándose por los demás.
Por: Padre Sergio P. Larumbe, I.V.E. 

Quien no antepone nada al amor de Dios será la persona más dichosa, ya que en Dios está nuestra felicidad. La demostración de este principio está en que las cosas creadas no tienen la capacidad de colmar todas nuestras ansias y nuestras apetencias de infinito, que sólo Dios puede colmar, ya que solo Él es infinitamente perfecto, poderoso, bondadoso y lleno de atributos que serían innumerables y de nunca acabar.

Los santos fueron hombres alegres, y no se conocen santos que hayan sido frustrados, amargados o tristes, y el motivo es porque supieron no anteponer nada al amor de Dios.

Dice el salmista "¿Quién nos mostrará la felicidad, si la luz de tu rostro, Señor, se ha alejado de nosotros? tú has dado a mi corazón más alegría que cuando abundan ellos de trigo y vino nuevo".(Salmo 4,7-8) Por lo tanto, debemos afirmar que se aleja la felicidad del alma cuando se aleja el rostro de Dios de nosotros. Y ¿Cómo se aleja su rostro de nosotros? Cuando anteponemos otros amores al amor de Dios.

Por eso que la felicidad debe ser conquistada. La felicidad consiste en el Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien. Como dice la carta a los Gálatas, la alegría, es decir la felicidad, es fruto del Espíritu (Gal. 5,22) , y como tal debe ser conquistado con el amor a Dios sobre toda las cosas. Si miramos siempre a Dios en todo y en Él ponemos nuestro corazón, la luz de su rostro no se apartará de nosotros y su felicidad invadirá todo nuestro corazón.

Un alma triste es un alma que algo le esta negando a Dios, como el joven rico del evangelio, que tras al haber sido invitado a seguir a Cristo dejándolo todo no quiso porque tenia muchas riquezas y dice el evangelio que al oír esto, "se puso muy triste, porque era muy rico". (Lc. 18,23)

Cristo el hombre más feliz

Siguiendo este principio, de que la felicidad depende de no negar nada a Dios, y no anteponer nada a su amor, debemos afirmar que Cristo fue el hombre más feliz de todos.

Cristo fue el hombre más feliz de todos porque su voluntad humana estaba en perfecta armonía con el plan divino. 

Nada interpuso al Plan de Dios, al Plan de “Su Padre Celestial” y por eso que no sólo en cuanto Dios, sino que también en cuanto hombre fue el más feliz de todos.

Él mismo enseñaba a rezar a que se haga la voluntad de Dios por encima de todo: "Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo" (Mt. 6,9-10). Enseñaba que lo primero era hacer la voluntad de Dios: "No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial" (Mt. 7,21). Y si enseñaba a cumplir la voluntad de Dios era porque él mismo la ponía por obra porque no enseñaba nada que antes no practicará él primero. De hecho se decía de Cristo que "les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas" (Mt. 7,29).

Por eso que no sólo enseña a que se haga la voluntad de Dios sino que él mismo busca cumplir esa voluntad y ese plan con su misma vida. Abundan las citas Bíblicas en donde se ve el deseo de Cristo de Cumplir con la Voluntad del Padre celestial: Estando en el huerto de los olivos, momentos previos a su prendimiento rezaba de esta manera: "Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42). Se pueden ver también los paralelos a este evangelio. Cristo no antepone nada al plan de Dios, su voluntad humana está en perfecta armonía con el plan de salvación del Padre y por eso a pesar de sus sufrimientos, Cristo es el hombre más feliz. En el fondo de su corazón esconde su alegría.

Cristo vino para hacer la voluntad del Padre: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra."(Jn 4,34)) No vino para sí mismo sino para el Padre y por nosotros y toda su vida la gasta en esta misión sin mirarse a sí mismo. Y en otro pasaje dice "no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado" (Jn 5,30) . Siempre busca no anteponer nada al amor de Dios. También leemos en el mismo evangelio de Juan "porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día" (Jn 6,38-40) . La Obra de Cristo está centrada en Dios y en el prójimo, y Cristo la cumplió a la perfección, por lo que no podemos dudar de que en él hubo una gran alegría a pesar de sus sufrimientos.

Cristo fue el hombre más feliz porque no le negó nada a Dios olvidándose de sí mismo preocupándose por los demás.

Cuando Cristo se retiró a un lugar solitario y lo siguieron dice la escritura que "Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos. Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: «El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida» Mas Jesús les dijo: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer»"(Mt 14,14-16) . Cristo venía ya haciendo muchas curaciones, y siempre se preocupaba de los demás, ahora podía preocuparse de si mismo, pero como se ve en el evangelio citado, Cristo se preocupa de la muchedumbre. En el mismo evangelio, un poco mas adelante Jesús dice a sus discípulos "Siento compasión de la gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino" (Mt 15,32). Hace tres días que están con Cristo. Él esta predicando, curando, haciendo el bien, y sigue preocupándose por los demás sin tenerse en cuenta a si mismo. Nada antepone al amor de Dios y al amor del prójimo.

Cristo es el hombre más feliz porque nada antepuso al amor de Dios haciéndose servidor de todos. 

Como él mismo lo dijo: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos".(Mt 20,28) Y en el evangelio de Lucas nos dice: "Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar Bienhechores; pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve. Porque, ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve" (Lc 22,25-27).
Cristo es el hombre más feliz porque no le negó nada a su Padre dando su vida en rescate por el género humano cumpliendo con el plan de salvación. 

Así, él entrega su cuerpo y su sangre: "Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío. De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: « Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros". (Lc 22,19)

Él mismo entrega su vida: "Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre."(Jn 10,17-18) Y al final de su vida dice: "Padre, en tus manos pongo mi espíritu." (Lc 23,46)
Por estos motivos debemos decir, que aunque Cristo haya sufrido y Dios haya permitido que por momentos sintiese tristeza de muerte, debemos afirmar que Cristo fue el hombre más feliz de todos.

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TIEMPO  DE  DIOS
TIEMPO  DE  DIOS
No tengo nada para darte...
Febrero 5

Se dice que, cuando los pastores se alejaron y la quietud volvió, el niño del pesebre levantó la cabeza y miró la puerta entreabierta. Un muchacho joven, tímido, estaba allí, temblando y temeroso.

-Acércate le dijo Jesús ¿Por qué tienes miedo?

-No me atrevo... no tengo nada para darte.

-Me gustaría que me des un regalo dijo el recién nacido.

El pequeño intruso enrojeció de vergüenza y balbuceó:
-De verdad no tengo nada... nada es mío, si tuviera algo, algo mío, te lo daría...

-mira..
Y buscando en los bolsillos de su pantalón andrajoso, sacó una hoja de cuchillo herrumbrada que había encontrado.
-Es todo lo que tengo, si la quieres, te la doy...

-No -contestó Jesús- guárdala. Querría que me dieras otra cosa. Me gustaría que me hicieras tres regalos.

-Con gusto dijo el muchacho pero... ¿qué?
-Ofréceme el último de tus dibujos.

El chico, cohibido, enrojeció. Se acercó al pesebre y, para impedir que María y José lo oyeran, murmuró algo al oído del Niño Jesús:
-No puedo... mi dibujo es horrible... ¡nadie quiere mirarlo... !
Justamente, por eso lo quiero... siempre tienes que ofrecerme lo que los demás rechazan y lo que no les gusta de ti. Además quisiera que me dieras tu plato.

-Pero... ¡lo rompí esta mañana! tartamudeó el chico.
-Por eso lo quiero... Debes ofrecerme siempre lo que está quebrado en tu vida, yo quiero arreglarlo... Y ahora insistió Jesús repíteme la respuesta que le diste a tus padres cuando te preguntaron como habías roto el  plato.

El rostro del muchacho se ensombreció, bajó la cabeza avergonzado y, tristemente, murmuró:

-Les mentí... Dije que el plato se me cayó de las manos, pero no era cierto... ¡estaba enojado y lo tiré con rabia!
Eso es lo que quería oírte decir dijo Jesús, dame siempre lo que hay de malo en tu vida, tus mentiras, tus calumnias, tus cobardías, tus crueldades. 

Yo voy a descargarte de ellas... No tienes necesidad de guardarlas... 

Quiero que seas feliz y siempre voy a perdonarte tus faltas.

A partir de hoy me gustaría que vinieras todos los días a mi casa
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TIEMPO  DE  DIOS
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UNA HISTORIA SENCILLA, 
UN GRAN HOMBRE
Febrero  6

He aquí un hombre que nació en una aldea insignificante.

Creció en una villa oscura.

Trabajó hasta los 30 años en una carpintería.

Durante tres años fue predicador ambulante.  

Nunca escribió un libro.

Nunca tuvo un puesto de importancia. 

No formó una familia.  

No fue a la universidad.

Nunca puso sus pies en lo que consideraríamos una gran ciudad.  
Nunca viajó a más de trescientos kilómetros de su ciudad natal.
No hizo ninguna de las cosas que generalmente acompañan a los "grandes".  

No tuvo más credenciales que su propia persona.

La opinión popular se puso en contra suya. 

Sus amigos huyeron.  Uno de ellos lo traicionó.   Fue entregado a sus enemigos.

Tuvo que soportar la farsa de un proceso judicial.  

Lo asesinaron clavándolo en una cruz, entre dos ladrones.  

Mientras agonizaba, los encargados de su ejecución se disputaron la única cosa que fue de su propiedad: una túnica.  

Lo sepultaron en una tumba prestada por la compasión de un amigo.

Según las "normas sociales", su vida fue un fracaso total.

Han pasado casi veinte siglos y hoy Él es la pieza central en el "ajedrez" de la historia humana.

No es exagerado decir que todos los ejércitos que han marchado, todas las armadas que se han construido, todos los parlamentos que han sesionado y todos los reyes y autoridades que han
gobernado, puestos juntos, no han afectado tan poderosamente la existencia del ser humano sobre la Tierra como la vida sencilla de Jesús.

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TIEMPO  DE  DIOS
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Las visitas a Cristo y a la Virgen
Febrero 6

Ellos están ahí, cerca de tu puerta, con una sonrisa cada día, con amor cada hora, con las manos repletas de bendiciones para ti.
Por: P. Mariano de Blas L

Las visitas a la Santísima Virgen y a Jesucristo, realizadas con fe y fervor, infunden no pocos ánimos. En tu ciudad viven, a unos pasos de tu calle; no cuesta gran cosa visitarles un minuto, darles los buenos días, pedirles una misericordia para la jornada. Esas pequeñas visitas, esos pequeños momentos, robados a tu abultada agenda, inyectarán vigor a tu alma triste; ve a visitarles con más frecuencia, con más amor y menos prisa, que son los amigos de tu alma, los que ponen suavidad y eficacia en tus actividades febriles.

María Santísima y Jesús están ahí, cerca de tu puerta, con una sonrisa cada día, con amor cada hora, con las manos repletas de bendiciones para ti.

Jesús y María son dos antiguos amigos desaprovechados; siempre los tuviste, siempre los tendrás muy cerca de ti, a total disposición, con un amor que, si supieras... pero conocer es el arte que pocos aprenden; si conocieras quién es... suena a dulce reto.

Si el arte de vivir es amar y ser amado, ahí tienes dos amigos que siempre te han querido y a los que no has sabido amar.

Una breve visita, un corto detenerse, un pequeño gesto de cariño, un mirar y ser mirado, un alargar la mano y dar la diaria limosnita de amor.

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Dios Padre escogió la pobreza para su Hijo
Febrero 7

El pobre de espíritu es aquel que no pone su esperanza en las riquezas de este mundo sino en Dios. 
Por: P. Fintan Kelly

Es desconcertante y avasallador, -casi supera nuestra capacidad de sorpresa-, contemplar a Dios hecho Niño, acompañado de María y de José, rodeado de unos animales y metido en una cueva excavada en la montaña, en una noche fría de invierno. El que hizo el universo, el que abrió los labios y fue obedeciendo en todo, el que dio a los demás la existencia, el que pudo escoger su forma de nacimiento, ahí está pobre, rodeado de pobreza, gozoso en la pobreza de sus padres.

Esta decisión de Dios de escoger la pobreza pone en jaque la manera de pensar y especialmente de vivir de muchos hombres hoy en día. Es de suponer que Dios, sabiduría infinita, siempre escoge lo mejor. Al escoger la pobreza margina la riqueza. Más tarde Cristo iba a explicar esta opción cuando puso como primera bienaventuranza la pobreza de espíritu: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5,3).

La pobreza que exigió Cristo a sus seguidores no se refería a una condición socio-económica, sino a una actitud religiosa. El “pobre de espíritu” es aquel que no pone su esperanza en las riquezas de este mundo sino en Dios. No hay duda de que las riquezas pueden atar el corazón humano y bloquearle de tal manera que ya no busca la dicha en Dios sino en las cosas. El hombre se enamora de las creaturas y se olvida del Creador. También cierra su corazón a las necesidades de los demás.

En este mundo donde el hombre lucha por poseer más y más, por acumular más y más, por tener más y más, siguiendo los instintos de su avaricia y ambición; en este mundo en que los hombres sólo se preocupan por almacenar sus bienes sin compartirlos; en este mundo en donde el pobre no es tenido en cuenta, Belén es un signo y una profecía para todos nosotros. Signo en cuanto que nos descubre que la pobreza, desde el punto de vista divino, es riqueza, es salvación, es bendición; y profecía en cuanto que nos abre a la verdad de la pobreza como senda de felicidad y de realización personal.
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EL BUEN PASTOR


TIEMPO  DE  DIOS
EL BUEN PASTOR
Febrero 8

Al final de una cena, un conocido actor de teatro entretenía a los invitados declamando textos de Shakespeare. 

Después se ofreció a que le pidieran alguna pieza extra. Un tímido sacerdote preguntó al actor si conocía el salmo 22. 

El actor respondió: ‘Sí, lo conozco, pero estoy dispuesto a recitarlo con una condición; que después lo recite usted’. 

El sacerdote se sintió un poco incómodo, pero accedió. 

El actor hizo una bellísima interpretación, con una dicción perfecta: 

El Buen Pastor‘El Señor es mi Pastor, nada me falta: 
 en verdes praderas me hace recostar; 
 me conduce hacia fuentes tranquilas 
 y repara mis fuerzas; 
 me guía por el sendero justo, 
 por el honor de su nombre. 

 Aunque camine por cañadas oscuras, 
 nada temo, porque tú vas conmigo: 
 tu vara y tu cayado me sosiegan. 

 Preparas una mesa ante mí, 
 enfrente de mis enemigos; 
 me unges la cabeza con perfume, 
 y mi copa rebosa. 

 Tu bondad y tu misericordia me acompañan 
 todos los días de mi vida, 
 y habitaré en la casa del Señor 
 por años sin término.’

 Al final, los invitados aplaudieron vivamente. 

Llegó el turno del sacerdote, que se levantó y, tras un momento de silencio y cerrando los ojos, recitó lentamente las mismas palabras del Salmo. Esta vez, cuando terminó, no hubo aplausos, sólo un profundo silencio y el inicio de lágrimas en algún rostro. 

El actor se mantuvo en silencio unos instantes, después se levantó y dijo: ‘Señoras y señores, espero que se hayan dado cuenta de lo que ha sucedido esta noche: yo conocía el Salmo, pero este hombre conoce al Pastor”. 

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TIEMPO  DE  DIOS.


Febrero 9
Debemos ejercitar a menudo esta fe en los méritos y satisfacciones adquiridos por nuestro Señor para nuestra santificación.
Por: Dom Columba Marmion 

5. Por qué debemos tener fe viva, sobre todo en el valor infinito de los méritos de Cristo. Cómo la fe es fuente de gozo

Hay un punto sobre el cual deseo detenerme, porque más que otro alguno debe constituir el objeto explícito de la fe si queremos vivir plenamente de la vida divina: es la fe en el valor infinito de los méritos de Jesucristo.

Ya he apuntado esta verdad al exponer cómo Jesucristo ha constituido el precio infinito de nuestra santificación. Pero al hablar de la fe, importa volverlo a tratar, puesto que la fe es la que nos permite aprovechar todas esas inagotables riquezas que Dios nos otorga en Jesús.

Dios nos legó un don inmenso en la persona de su Hijo Jesús; Cristo es un relicario en el que se encierran todos los tesoros que han podido reunir para nosotros la ciencia y la sabiduría divinas; El mismo, con su pasión y su muerte, mereció el privilegio de poder hacernos a nosotros partícipes de esas riquezas, y ahora vive en el cielo, abogando de continuo por nosotros delante de su Etemo Padre.- Pero es preciso que conozcamos el valor de este don y el uso que de él debemos hacer. Cristo, con la plenitud de su santidad y el infinito valor de sus merecimientos y de su crédito. constituye este don; pero este don no nos será útil sino en proporción a la medida de nuestra fe. Si ésta es rica, viva, profunda, si está a la altura de tan excelso don, en cuanto ello es posible a una criatura, no tendrán límites las comunicaciones divinas hechas a nuestras almas por la humanidad santa de Jesús; en cambio, si no tenemos un aprecio sin límites de los méritos infinitos de Cristo, es que nuestra fe en la divinidad de Jesús no es bastante intensa, y cuantos dudan de esta divina eficacia ignoran lo que significa la humanidad de un Dios.

Debemos ejercitar a menudo esta fe en los méritos y satisfacciones adquiridos por nuestro Señor para nuestra santificación.

Cuando oramos, presentémonos al Padre Etemo con una confianza inquebrantable en los merecimientos de su divino Hijo: Nuestro Señor lo ha pagado, saldado y adquirido todo; y «sin cesar interpela a su Padre por nosotros» (Heb 7,25). Digamos en vista de esto al Señor: «Dios mío, yo bien sé que soy un pobre miserable; que no hago más que aumentar todos los días el número de mis pecados; sé que ante vuestra infinita santidad, de mí mismo, no soy otra cosa sino cual lodo y barro ante el sol; pero me prosterno ante Vos; soy miembro, por la gracia, del cuerpo místico de vuestro Hijo, de vuestro Hijo que me ha comunicado esa misma gracia, luego de haberme rescatado con su sangre; ahora que tengo la dicha de pertenecerle, no queráis arrojarme de la presencia de vuestra divina Faz».

No, Dios no puede arrojarnos cuando así nos apoyamos en el valimiento de su Hijo, pues el Hijo trata de igual a igual con el Padre.- Además, al reconocer de este modo que nada valemos por nosotros mismos, ni somos capaces de hacer nada, «sin mí nada podéis» (Jn 15,5), y que, en cambio, lo esperamos todo de Cristo, en particular aquello que nos es necesario para vivir de la vida divina, «todo lo puedo en aquel que me conforta», reconocemos que ese divino Hijo lo es todo para nosotros, que fue constituido como nuestro Jefe y Pontífice; y de este modo, afirma San Juan, rendimos al Padre -«que ama al Hijo», y quiere que todo nos venga por su Hijo, «puesto que le ha dado poder absoluto para lo referente a la vida de las almas»-, un homenaje gratísimo; mientras que, por el contrario, el alma que no tiene esa confianza absoluta en Jesús, no le reconoce plenamente por lo que es: Hijo muy amado del Padre, y, por tanto, no ofrece tampoco al Padre esa glorificación que tanto apetece: El Padre desea «que todos den gloria al Hijo como se la dan al Padre. Quien no dé gloria al Hijo, tampoco se la da al Padre que le envió» (Jn 5,23).

Igualmente, cuando nos acerquemos al sacramento de la Penitencia, tengamos gran fe en la eficacia divina de la sangre de Jesús, esa sangre que lava entonces nuestras almas de sus faltas, las purifica, renovando sus fuerzas y devolviéndoles su prístina belleza, sangre que se nos aplica en el momento de la absolución juntamente con los méritos de Cristo y que ha sido derramada en beneficio nuestro debido ai incomparable amor de Jesús, méritos iníinitos, sí, pero adquiridos al precio de padecimientos increíbles y de afrentosas ignominias. ¡Si conocieras el don de Dios!

Del mismo modo también, cuando asistís a la santa Misa, os halláis presentes al sacrificio conmemorativo del de la Cruz; el Hombre Dios se ofrece por nosotros en el altar como lo hizo en el Calvario. Aunque difiera el modo de ofrecerse, el mismo Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, se inmola sobre el altar para hacernos partícipes de sus satisfacciones infinitas. Si fuera nuestra fe viva y profunda, ¡con qué reverencia asistiríamos a este sacrificio, y con qué avidez santa acudiríamos todos los dias -en conformidad con los deseos de nuestra Santa Madre la Iglesia- a la sagrada Mesa para unirnos con Cristo!; ¡con qué confianza inquebrantable recibiríamos a Cristo en el momento en que se nos da todo entero, su humanidad y su divinidad, sus tesoros y sus merecimientos; se nos da El mismo, rescate del mundo, el Hijo en quien Dios puso todas sus complacencias! «¡Si conocieras el don de Dios!»

Cuando hacemos frecuentes actos de fe en el poder de Jesucristo y en el valor de sus merecimientos, nuestra vida se convierte en un cántico perpetuo de alabanzas a la gloria de este Pontífice supremo, mediador universal y dador de toda gracia; con lo que entramos de lleno en los pensamientos eternos, en el plan divino, y adaptamos nuestras almas a las miras santificadoras de Dios, al mismo tiempo que nos asociamos a su voluntad de glorificar a su amantísimo Hijo: «Le glorifiqué y de nuevo le glorificaré» (ib. 12,28).

Acerquémonos, pues, a nuestro Señor; sólo El sabe decirnos palabras de vida eterna. Recibamosle primero con una fe viva, doquiera esté presente; en los sacramentos, en la Iglesia, en su cuerpo místico, en el prójimo, en su providencia, que dirige o permite todos los acontecimientos, incluso los adversos; recibámosle, cualquiera que sea la forma que toma y el momento en que viene, con una adhesión entera a su divina palabra y una entrega completa a su servico. En esto consiste la santidad.

Todos hemos leído en el Evangelio el episodio, referido por San Juan con detalles deliciosos, de la curación del ciego de nacimiento (Jn 9, 1-38). Luego que fue curado por Jesús, en día de sábado, le interrogan repetidas veces los fariseos enemigos del Salvador; quieren hacerle confesar que Cristo no es profeta, ya que no observa el reposo que la Ley de Moisés prescribe el día de Sábado. Pero el pobre ciego no sabe gran cosa; invariablemente responde que cierto hombre llamado Jesús le ha sanado enviándole a lavarse en una fuente; es todo cuanto sabe y lo que en un principio les contesta. Los fariseos no le pueden sonsacar nada contra Cristo y acaban por arrojarle de la sinagoga porque afirma que nunca se oyó decir que haya un hombre abierto los ojos a un ciego, y que, por tanto, Jesús debe ser el enviado de Dios. Habiendo llegado a oído de nuestro Señor esta expulsión, haciéndose el encontradizo con él, le pregunta: «¿Crees en el Hijo de Dios?» -Responde el ciego: «¿Quién es, Señor, para que yo crea en El?» ¡Qué prontitud de alma! -Dícele Jesús: «Le viste ya, y es el mismo que está hablando contigo». -Y al punto, el pobre ciego da fe a la palabra de Cristo: «Creo, Señor», y en la intensidad de su fe, se postra a los pies de Jesús para adorarle; abraza los pies de Jesús, y en Jesús, la obra entera de Cristo (Jn 9,38).

El ciego de nacimiento es la imagen de nuestra alma curada por Jesús, libertada de las tinieblas eternas y devuelta a la luz por la gracia del Verbo encarnado(+San Agustín. In Joan., XLIV, 1). Doquiera, pues, que se le presente Cristo, ha de decir: «¿Quién es, Señor, para que crea en El?» (Jn 9,36). Y luego inmediatamente deberá entregarse del todo a Cristo, a su servicio, a los intereses de su gloria, que es también la del Padre. Obrando siempre de este modo, llegamos a vivir de la fe; Cristo habita y reina en nosotros, y su divinidad es, por medio de la fe, principio de toda nuestra vida.

Esta fe, que se completa y se manifiesta por medio del amor, es además para nosotros fuente y manantial de alegría. Dijo nuestro Señor: «Bienaventurados aquellos que no vieron y creyeron» (Jn 20,29), y dijo estas palabras, no para sus discípulos, sino más bien para nosotros. Pero, ¿por qué proclama nuestro Señor «bienaventurados» a los que en El creen? La fe es causa de alegría, por cuanto nos hace participar de la ciencia de Cristo. El es el Verbo eterno, que nos ha enseñado los secretos divinos. «El Unigénito que habita en el seno del Padre es quien le dio a conocer» (ib. 1,18). Creyendo lo que nos ha dicho tenemos la misma ciencia que El; la fe es fuente de alegría, porque lo es también de luz y de verdad, que es el bien de la inteligencia.

Es además fuente de alegría, por cuanto nos permite poseer en germen los bienes futuros; es «sustancia de las realidades eternas que nos han sido prometidas» (Heb 11,1). Nos lo dice Jesucristo mismo: «Aquel que cree en el Hijo de Dios, tiene vida eterna» (Jn 3,36). Reparad en el tiempo presente «tiene»; no habla en futuro «tendrán, sino que habla como de un bien cuya posesión se halla ya asegurada [Dicitur iam finem aliquis habere propter spem finis obtinendi. I-II, q.69, a.2; y el Doctor Angélico añade: Unde et Apostolus dicit: Spe salvi facti sumus. Todo este artículo merece leerse]; del mismo modo que vimos cómo, aludiendo al que no cree dice que ya «está» juzgado. La fe es una semilla, y toda semilla lleva en sí el germen de la producción futura. Con tal de apartar de ella todo aquello que la pueda menoscabar, empailar y empequeñecer; con tal de desarrollarla por la oración y el ejercicio; con tal de proporcionarla constantemente ocasión de manifestarse en el amor, la fe pone a nuestra disposición la sustancia de los bienes venideros y hace nacer una esperanza inquebrantable: «Quien cree en El, no será confundido» (Rm 9,33).

Permanezcamos, como dice San Pablo, «cimentados en la fe» (Col 1,23); «fundados en Cristo y afianzados en la fe»: «Puesto que habéis recibido a Jesucristo nuestro Señor, andad en El, injertados en su raíz, y edificados sobre El y robustecidos en la fe, como así lo habéis aprendido» (Col 2, 6-7).

Permanezcamos, pues, firmes; porque esta fe ha de verse probada por este siglo de incredulidad, de blasfemia, de escepticismo, de naturalismo, de respeto humano, que nos rodea con su ambiente malsano. Si estamos firmes en la fe, dice San Pedro -el príncipe de los Apóstoles, sobre quien Cristo fundó su Iglesia al proclamar aquél que Cristo era Hijo de Dios- nuestra fe será «un título de alabanza, de honor y de gloria cuando aparezca Jesús, en quien creéis y a quien amáis sin haberle visto nunca vuestros ojos, pero en quien no podéis creer sin que este acto de fe haga brotar en vuestros corazones la fuente inagotable de una alegría inefable, ya que el fin y el premio de esta vida es la salvación, y, de consiguiente, la santidad de vuestras almas» (1Pe 1, 7-9).

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