A todos nos falta
alguna tecla
Fernando Vidal
Todos somos
máquinas de escribir a las que les falta alguna tecla pero si nos juntamos
escribiremos palabras cuyas letras aún no están en el abecedario.
El escritor Andrés
Trapiello contó en una conferencia en la Fundación Juan March una anécdota que
me hizo pensar. Estaba con unos amigos en El Rastro de Madrid –posiblemente el
mercado callejero más grande y vivaz del mundo- y vieron a un hombre que vendía
una máquina de escribir rota. Se acercaron al hombre y le preguntaron cuánto
costaba. Al decir el precio les pareció caro y comenzaron a negociar con el
vendedor aprovechando que le faltaban varias teclas. El hombre defendía su
producto. -Sí, le faltan algunas teclas pero aún se pueden escribir muchas palabras
con ella-, decía. Trapiello finalmente no la compró pero luego se arrepintió
porque, concluía, a fin de cuentas, a todos nos falta alguna tecla.
Efectivamente, a
todos nos falta alguna tecla y pese a ello somos capaces de decir todavía
muchas palabras. Algunas palabras nos cuesta decirlas: “te quiero”,
“compartamos”, “toma”, “no puedo”, “me duele”, “no sé”, “necesito”, “unámonos”,
etc. Nos faltan teclas. Aquella máquina de escribir de El Rastro no tenía la
“i”, la “t”, la “r” ni la “q”. A nosotros nos faltan también teclas. A cada
uno, unas diferentes. Quizás nos falta la tecla “perdón”, está rota la tecla
“gracias” o sólo tenemos la mitad de la tecla “consenso”. Pero aún podemos
escribir muchas palabras, pese a nuestras limitaciones.
En política, en educación,
en el trabajo social o en la Iglesia, podemos escribir mucho a pesar de que
algunas palabras aún no somos capaces de pronunciarlas. En vez de
“reconciliación” escribimos “y tú peor”; en vez de “servicio” ponemos “a cambio
de qué” o cuando queremos escribir “profundidad” sólo tenemos teclas para que
se lea “distracción”. Nos pasa constantemente. Nadie tiene todas las letras.
Todos somos
máquinas de escribir rotas y tenemos que aprender a vivir con nuestras
limitaciones. Los participantes en los Juegos Paralímpicos pueden ser nuestros
maestros. Una persona sin brazos juega
al ping pong con la raqueta en la boca. Otra persona ciega bate los récords de
lanzamiento de disco. Otra sin piernas salta ocho metros. Muchos otros ejemplos
los encontramos entre la gente que sufre la exclusión social. Una persona sin
hogar tras treinta años de calle sin contacto con su familia consigue un piso y
lo primero que hace es llamar a su madre para que vaya a cenar a su nuevo
hogar. Una mujer prostituida logra liberarse, recobra la confianza en los
hombres y se enamora. Y otros muchos ejemplos están a nuestro alrededor. Un
político que puede perder votos prefiere apostar por el consenso. Un arquitecto
al que pueden despedir se niega a firmar un contrato amañado en un ayuntamiento.
Un alumno en el que varios colegios han fracasado gana un premio literario. Si
a nuestro mundo nos faltan letras, pidámoselas prestadas a ellos, a los que
supieron perder y aprender.
Podríamos
resignarnos a no poder pronunciar algunas palabras. Podríamos caer en el
pesimismo y pensar que nuestras sociedades nunca lograrán escribir en la
realidad la palabra “Solidaridad”, “Justicia”, “Sostenibilidad”, “Sabiduría”,
“Confianza” o “Bien Común”. ¡¡Cuántas teclas le faltan a nuestra sociedad para
poder escribirlas bien!!
Pero podemos hacer
algo incluso mejor que tratar infructuosamente de tener cada uno todas las
teclas. A mí me faltan unas teclas y a ti otras cuantas pero si juntamos nuestros
teclados, podemos escribirlas todas. Todos somos máquinas de escribir rotas
pero juntos descubriremos palabras cuyas letras aún no están en el abecedario.
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