MES DE M ARIA
MES DE MARÍA
Diciembre
1
Un cuento de Navidad
Hace mucho tiempo, en un
lugar lejano, un viajero llegó a una tierra que no conocía. De inmediato le
llamó la atención la hermosura del lugar, de sus arroyos y sus campos. Habiendo
caminado un rato, comenzó a vislumbrar las casa de un sencillo poblado. Las
casas coloridas con las puertas abiertas de par en par irradiaban un aire de
paz y alegría. Al viajero le resultaba difícil creerlo… ¡él venía de un lugar
tan distinto!
Poco a poco se siguió
acercando. Vio unos niños jugando y a sus padres que salían a su encuentro y
con una enorme sonrisa le invitaron a quedarse con ellos unos días.
El viajero aprendió muchas
cosas, por ejemplo a hornear el pan, a trabajar la tierra, a ordeñar las vacas…
pero había una que le llenaba de curiosidad. Cada día, a veces en varias
ocasiones, los miembros de la familia se acercaban a una mesita donde habían
colocado las figuras de María y José, junto a un burrito color marrón y una
vaca; y muy despacito dejaban una pajita entre María y José. Con el correr de
los días la cantidad de pajitas iba aumentando e iban formando un colchoncito
que se iba haciendo cada vez a más mullidito.
Cuando le llegó al viajero el
momento de partir, la familia le entregó un pan calientito y frutas para el
camino, lo abrazaron y se despidieron. Ya se iba cuando, dándose vuelta, les
dijo:
– “Quisiera hacerles una
pregunta antes de marcharme… ¿Por qué iban dejando esas pajitas a los pies de
María y José?”
Todos sonrieron, y el niño
más pequeño le dijo:
– “Cada vez que hacemos algo
con amor, buscamos una pajita y la llevamos al pesebre. Así vamos preparando
para que cuando llegue el niñito Jesús, María tenga un buen lugar para
recostarlo. Si amamos poco, el colchón va a ser un colchón delgado y por lo
mismo frío; pero si amamos mucho, Jesús va a estar más cómodo y calientito.”
Por fin el viajero pareció
comprenderlo todo y sintió ganas de quedarse con esa familia hasta la
Nochebuena. Pero una voz adentro suyo lo invitó a llevar por otros pueblos el
maravilloso mensaje de amor que había aprendido de esta sencilla familia…
aprendamos nosotros también y tengamos reservado en nuestros hogares un lugar
calientito y cómodo donde María pueda recostar al Niñito Jesús el día de
Navidad.
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MES DE MARIA
MES DE
Diciembre 16
El Ángel de los Niños
Cuenta una leyenda que a un angelito que estaba en el cielo, le
tocó su turno de nacer como niño y le dijo un día a Dios.
- Me dicen que me vas a enviar mañana a la tierra. ¿Pero, cómo
vivir? Tan pequeño e indefenso como soy.
- Entre muchos ángeles escogí uno para ti, que te está esperando
y que te cuidará.
- Pero dime, aquí en el cielo no hago más que cantar y sonreír,
eso basta para ser feliz.
- Tu ángel te cantará, te sonreirá todos los días y tú sentirás
su amor y serás feliz.
-¿Y cómo entender lo que la gente me hable, si no conozco el
extraño idioma que hablan los hombres?
- Tu ángel te dirá las palabras más dulces y más tiernas que
puedas escuchar y con mucha paciencia y con cariño te enseñará a hablar.
-¿Y qué haré cuando quiera hablar contigo?
- Tu ángel te juntará las manitas te enseñará a orar y podrás
hablarme.
- He oído que en la tierra hay hombres malos. ¿Quién me
defenderá?
- Tu ángel te defenderá más aún a costa de su propia vida.
- Pero estaré siempre triste porque no te veré más Señor.
- Tu ángel te hablará siempre de mí y te enseñará el camino para
que regreses a mi presencia, aunque yo siempre estaré a tu lado.
En ese instante, una gran paz reinaba en el cielo pero ya se
oían voces terrestres, y el niño presuroso repetía con lágrimas en sus ojitos
sollozando…
-¡Dios mío, si ya me voy dime su nombre! ¿Cómo se llama mi
ángel?
- Su nombre no importa, tú le dirás: MAMÁ.
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MES DE MARÍA
MES DE MARÍA
Diciembre 17
Según a quien seguimos así somos
José Antonio Pagola
Juan el Bautista proclamaba en voz alta lo que sentían muchos en
aquel momento: hay que cambiar; no se puede seguir así; hemos de volver a Dios.
Entendían su llamada a la «conversión». Según el evangelista Lucas, algunos se
sintieron cuestionados y se acercaron al Bautista con una pregunta decisiva:
¿qué podemos hacer? Por muchas protestas, llamadas y discursos de carácter
político o religioso que se escuchen en una sociedad, las cosas sólo empiezan a
cambiar, cuando hay personas que se atreven a enfrentarse a su propia verdad,
dispuestas a transformar su vida: ¿qué podemos hacer?
El Bautista tiene las ideas muy claras. No les invita a venir al
desierto a vivir una vida ascética de penitencia, como él. Tampoco les anima a
peregrinar a Jerusalén para recibir al Mesías en el templo. La mejor manera de
preparar el camino a Dios es, sencillamente, hacer una sociedad más solidaria y
fraterna, y menos injusta y violenta. Juan no habla a las víctimas, sino a los
responsables de aquel estado de cosas. Se dirige a los que tienen «dos túnicas»
y pueden comer; a los que se enriquecen de manera injusta a costa de otros; a
los que abusan de su poder y su fuerza. Su mensaje es claro: No os aprovechéis
de nadie, no abuséis de los débiles, no viváis a costa de otros, no penséis
sólo en vuestro bienestar: «El que tenga dos túnicas, que dé una al que no
tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». Así de simple. Así de claro.
Aquí se termina nuestra palabrería. Aquí se desvela la verdad de
nuestra vida. Aquí queda al descubierto la mentira de no pocas formas de vivir
la religión. ¿Por dónde podemos empezar a cambiar la sociedad? ¿Qué podemos
hacer para abrir caminos a Dios en el mundo? Muchas cosas, pero nada tan eficaz
y realista como compartir lo que tenemos con los necesitados.
¿Alguien se puede imaginar una forma más disparatada de celebrar la
«venida de Dios al mundo» que unas fiestas en las que algunos de sus hijos se
dedican a comer, beber y disfrutar frívolamente de su bienestar, mientras la
mayoría anda buscando algo que comer?
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MES DE MARÍA
MES DE MARÍA
Diciembre 18
Dios humanizado
Miguel Esquirol Vives
Y yo me preguntaba: ¿Qué querrá decir eso de que Dios se hizo
hombre? Y me pareció que lo más lógico, -pues la religión debe ser lógica, no
en contra de nuestra inteligencia aunque pueda superarla, pero nunca ir en
contra de ella-, que el hacerse hombre era humanizarse. Sí, me pareció que eso
que llamamos Dios, el Misterio de ese cosmos infinito, el Aliento de futuro, el
Ansia de vivir, la Capacidad de amar por encima de nuestro instinto, el Deseo
de perfección, de belleza y de eternidad. Se hizo primero agua, tierra y barro,
luego sol y luna, y también se hizo planta, se hizo pez y pájaro, es lo que se
ha llamado la creación, pues entonces el espíritu de Dios se zambullía en las
aguas, como dice la Biblia. Y por fin se hizo niño para llegar a ser hombre y
¿porqué no niña para hacerse mujer? Y todo ello es lo que los cristianos
llamamos encarnación.
Y eso es la Navidad. Dios de carne y hueso, lo que nunca nos lo
hemos creído del todo y siempre hemos levantado los ojos al cielo para nombrar
a Dios o para hablarle y no los hemos dirigido a los demás. Sobre todo si son
de otra clase u otra raza o diferentes, ni tampoco lo hemos encontrado dentro
de nosotros mismos. Es más fácil y cómodo tener a Dios fuera y acudir a Él
según nuestras necesidades e intereses.Y a eso es a lo que somos llamados los
seres humanos, esa es nuestra vocación, la misma de Dios, humanizarnos. Pero
después de tantos miles o millones de años de estar el ser humano sobre la
tierra, seguimos a tientas acertando y equivocándonos en el camino de nuestra
humanización. Creyendo que acumulando dinero olvidándose del otro o a costa del
otro nos humanizamos. O manipulando al otro o despreciándolo para sentirme más
y venciéndolo hasta saborear su derrota. Seguimos mirando sólo nuestro lado,
nuestro interés y no el del otro para poder llegar a un acuerdo, preferimos
enfrentarnos antes que encontrarnos.
Y ¿cómo se humaniza Dios? Se humaniza haciéndose el otro, poniéndose
en la piel del otro, poniéndose en el lugar del otro, comprendiendo al otro. Y
si nuestra misión en la vida es humanizarnos para ser felices, ponernos en la
piel del otro será el camino para ser felices. Eso será hacerse hombre o mujer,
eso será crecer, pero de verdad, no sólo por un crecimiento sólo físico o sólo
económico o sólo estético, sino en humanidad completa, Y esta es nuestra misión
en el mundo, humanizarlo, humanizar la naturaleza, las cosas, nuestros
trabajos, nuestras familias, nuestras relaciones, nuestras estructuras
sociales, nuestras ciudades, nuestras vidas. Que nuestras relaciones sean
-osificadotas y no- osificadotas y facilitemos y no estorbemos la humanización
de los otros, sólo así creceremos nosotros y crecerá el país. Y nuestros hijos
crecerán y se humanizarán, estén dentro o fuera de la ventana, si logran
ponerse en el lugar del otro.
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MES DE MARÍA
Diciembre 19
Un bautismo nuevo
José Antonio Pagola
El Bautista habla de manera muy clara: «Yo os bautizo con agua»,
pero esto sólo no basta. Hay que acoger en nuestra vida a otro «más fuerte»,
lleno de Espíritu de Dios: «Él os bautizará con espíritu santo y fuego».Son
bastantes los «cristianos» que se han quedado en la religión del Bautista. Han
sido bautizados con «agua», pero no conocen el bautismo del «espíritu». Tal
vez, lo primero que necesitamos todos es dejarnos transformar por el Espíritu
que cambió totalmente a Jesús.
¿Cómo es su vida después de recibir el Espíritu de Dios?Jesús se
aleja del Bautista y comienza a vivir desde un horizonte nuevo. No hay que
vivir preparándonos para el juicio inminente de Dios. Es el momento de acoger a
un Dios Padre que busca hacer de la humanidad una familia más justa y fraterna.
Quien no vive desde esta perspectiva, no conoce todavía qué es ser
cristiano.Movido por esta convicción, Jesús deja el desierto y marcha a Galilea
a vivir de cerca los problemas y sufrimientos de las gentes. Es ahí, en medio
de la vida, donde se le tiene que sentir a Dios como «algo bueno»: un Padre que
atrae a todos a buscar juntos una vida más humana. Quien no le siente así a
Dios, no sabe cómo vivía Jesús.También abandona el lenguaje amenazador del
Bautista y comienza a contar parábolas que jamás se le hubieran ocurrido a
Juan. El mundo debe saber lo bueno que es este Dios que busca y acoge siempre a
sus hijos perdidos porque sólo quiere salvar, no condenar. Quien no habla este
lenguaje de Jesús, no anuncia su buena noticia.
Jesús deja la vida austera del desierto y se dedica a hacer «gestos
de bondad» que el Bautista nunca había hecho. Cura enfermos, defiende a los
pobres, toca a los leprosos, acoge a su mesa a pecadores y prostitutas, abraza
a niños de la calle. La gente tiene que sentir la bondad de Dios en su propia
carne. Quien habla de un Dios bueno y no hace los gestos de bondad que hacía
Jesús desacredita su mensaje
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MES DE MARÍA
MES DE MARÍA
Diciembre 20
La Felicidad
Nos convencemos a nosotros mismos de que la vida será mejor después de
casarnos, después de tener un hijo, y luego de tener otro, entonces nos
sentimos frustrados de que los hijos no son lo suficientemente grandes y que
seremos más felices cuando lo sean. Después de eso nos frustramos por que son
adolescentes y seguramente seremos más felices cuando salgan de esta etapa. Nos
decimos que nuestra vida estará completa cuando a nuestro esposo(a) le vaya
mejor, cuando tengamos un mejor auto o una mejor casa, cuando nos podamos ir de
vacaciones, cuando estemos retirados.
La verdad que no hay mejor momento para ser felices que ahora. ¿Si no es
ahora, cuando? Tu vida siempre estará llena de retos. Es mejor admitirlo y
decidir ser felices de todas formas. Siempre esperamos largo tiempo para
comenzar a vivir la vida de verdad, siempre habrá algún obstáculo en el camino,
algo que resolver primero, algún asunto sin terminar, tiempo por pasar, una
deuda que pagar y no nos damos cuenta de que todos estos obstáculos son parte
de la vida.
Esta perspectiva nos deja ver que no hay un camino a la felicidad. La
felicidad es el camino, así que, atesora cada momento que tienes, y atesóralo
más cuando lo compartiste con alguien especial, lo suficientemente especial
para compartir tu tiempo, y recuerda que el tiempo no espera por nadie….
Deja de esperar hasta que tengas más dinero, hasta que bajes 10 kilos,
hasta que te cases, hasta que tengas hijos, hasta que tus hijos se vayan de
casa, hasta que te divorcies, hasta el viernes por la noche, hasta el domingo
por la mañana, hasta la primavera, el verano, el otoño, el invierno, o hasta
que mueras, para decidir que no hay mejor momento que este para ser feliz…..
La felicidad es un trayecto, no un destino. Trabaja como si no necesitaras
dinero, Ama como si nunca te hubieran herido, Y baila como si nadie te
estuviera viendo.
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MES DE MARIA
MES DE MARIA
Diciembre 21
Contra la ilusión de inocencia
José Antonio Pagola
La parábola de Jesús es conocida. Un fariseo y un recaudador de
impuestos «suben al templo a orar». Los dos comienzan su plegaria con la misma
invocación: «Oh Dios». Sin embargo, el contenido de su oración y, sobre todo,
su manera de vivir ante ese Dios es muy diferente.Desde el comienzo, Lucas nos
ofrece su clave de lectura. Según él, Jesús pronunció esta parábola pensando en
esas personas que, convencidas de ser «justas», dan por descontado que su vida
agrada a Dios y se pasan los días condenando a los demás.El fariseo ora
«erguido». Se siente seguro ante Dios. Cumple todo lo que pide la ley mosaica y
más. Todo lo hace bien. Le habla a Dios de sus «ayunos» y del pago de los
«diezmos», pero no le dice nada de sus obras de caridad y de su compasión hacia
los últimos. Le basta su vida religiosa.Este hombre vive envuelto en la
«ilusión de inocencia total»: «yo no soy como los demás». Desde su vida «santa»
no puede evitar sentirse superior a quienes no pueden presentarse ante Dios con
los mismos méritos.
El publicano, por su parte, entra en el templo, pero «se queda atrás».
No merece estar en aquel lugar sagrado entre personas tan religiosas. «No se
atreve a levantar los ojos al cielo» hacia ese Dios grande e insondable. «Se
golpea el pecho», pues siente de verdad su pecado y mediocridad.Examina su vida
y no encuentra nada grato que ofrecer a Dios. Tampoco se atreve a prometerle
nada para el futuro. Sabe que su vida no cambiará mucho. A lo único que se puede
agarrar es a la misericordia de Dios: «Oh Dios, ten compasión de este pecador».
La conclusión de Jesús es revolucionaria. El publicano no ha podido
presentar a Dios ningún mérito, pero ha hecho lo más importante: acogerse a su
misericordia. Vuelve a casa trasformado, bendecido, «justificado» por Dios. El
fariseo, por el contrario, ha decepcionado a Dios. Sale del templo como entró:
sin conocer la mirada compasiva de Dios.A veces, los cristianos pensamos que
«no somos como los demás». La Iglesia es santa y el mundo vive en pecado.
¿Seguiremos alimentando nuestra ilusión de inocencia y la condena a los demás,
olvidando la compasión de Dios hacia todos sus hijos e hijas?
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MES DE MARIA
MES DE MARÍA
Diciembre 22
Justicia, consolación y shalom
Meditación de navidad de Jon Sobrino
En nuestra sociedad, occidentalizada, cada vez más globalizada y
aburguesada en su ideal de vida, las tradiciones navideñas tienen varios
elementos muy conocidos: Santa Claus, luces, árboles, y sobre todo, consumo. No
es que todo esté mal, pero esas tradiciones no tienen nada que ver con las
tradiciones bíblicas sobre el nacimiento de Jesús de Nazaret. Por otra parte
las tradiciones bíblicas, la esperanza de justicia y reconciliación de los
bellos relatos de Isaías, y la esperanza del shalom de las narraciones de san
Lucas, tampoco tienen nada que ver con las tradiciones navideñas que hoy
imperan.Por decirlo en breves palabras, el comercio y el consumo navideño, el
mundo de los negocios, no tienen nada que ver con la Biblia, que es palabra de
Dios, y con la liturgia, que es la celebración de los cristianos.Que estas
cosas puedan cambiar, lo damos prácticamente por imposible y por eso no vamos a
hablar más de ello. Pero siempre queda la esperanza de que la palabra de Dios y
la celebración de los cristianos nos iluminen y animen.
Justicia: es necesaria y está enterrada, es nítida y está maquillada. A
veces con razones aparentemente buenas: “Hoy basta con hablar de solidaridad”,
y a veces con razones claramente malas: “Hablar de injusticia es cosa del
pasado”. Y sin embargo, no hay navidad cristiana sin hablar de la palabra de
Dios, yno hay palabra de Dios sin hablar de justicia. En la liturgia de
adviento aparece mucho el profeta Isaías. Precisamente porque Dios se está
acercando, Isaías nos dice lo que hay que hacer: “Abran camino a Yahvé. Que
todo valle sea elevado y que todo monte y cerro sea rebajado”. Nos dice qué hay
que hacer con las “lanzas” –antiguas armas de guerra-, los misiles de hoy:
“convertirlos en machetes para trabajar la tierra”. Los salmos nos recuerdan
que “la paz y la justicia se besan”, que dejemos de hablar de paz, si no
ponemos manos a la obra y construimos un país justo. Las tradiciones mundanas
no saben de estas cosas. Comercio y mercado son dioses, y quiera Dios que no
sean ídolos que producen víctimas, apoderándose del dinero de los pobres y
adormeciendo a todos.
Consolación. Es sumamente necesaria para las mayorías pobres, sin muchas
expectativas de vivir una vida digna, a no ser lejos de su tierra. Entre
nosotros la situación no es la misma que aquella en que Isaías escribió el
capítulo 40 a un pueblo desterrado en Babilonia, muy lejos de Israel. Pero algo
se le parece. Con los ojos puestos en esos desterrados, dice Dios a Isaías:
“Consuelen, consuelen a mi pueblo”. Cuánta falta hace hoy. Y qué poco se ve de
esa consolación honda, más allá de la palabrería barata de estos días, la de
los supermercados y la de los políticos. También la que proviene de casas
presidenciales y de monarquías solemnes. Y ojalá no sea barata la consolación
que llevamos los cristianos.
Shalom. Es paz y es más que paz. San Lucas dice que unos ángeles se
aparecieron a los pastores y decían: “Gloria a Dios en las alturas, y en la
tierra paz a los hombres de buena voluntad”. San Lucas escribía en griego y por
eso, para hablar de paz usa la palabra eirene que significa ausencia de
violencia, de guerra… todo ello muy bueno y necesario. Pero la palabra hebrea
es shalom. Significa un bienestar de los seres humanos entre sí, basado en la
justicia y la verdad, y que reverbera en fraternidad y gozo. Y no tiene nada
que ver con la pax romana, la quietud resignada que producen los imperios.
De este shalom nada dicen y nada saben los supermercados y similares.
Algo –o mucho- puede quedar en algunas tradiciones navideñas de todos los
tiempos: el gozo de reunirse en familia. En esos días puede haber incluso
signos de reconciliación. Desafortunadamente es todo menos obvio mencionar a
Jesús de Nazaret en estos días de navidad. Los supermercados no saben que hacer
con él, incluso las iglesias –con frecuencia- se quedan en el “niño Dios”, sin
añadir que ese niño llegó a ser el Jesús que salió de su casa, se fue al Jordán
a escuchar a Juan y apareció junto con el pueblo para ser bautizado, el que
anunció a los pobres la venida del reino, sintió compasión por ellos hasta
revolvérsele las entrañas, los sanó y los defendió de sus opresores, se
enfrentó con éstos y por ello murió crucificado.
Para los creyentes esto es el abece de nuestra fe, pero puede estar
inexplicablemente ausente los días de navidad. No así en las tradiciones
navideñas de los Evangelios. Jesús de Nazaret no está ausente. En el
Magnificat: “Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A
los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada”. El anciano
Simeón proclama con gozo que ya puede morir enpaz, pues “sus ojos han visto al
salvador que iluminará a todos los pueblos”, y añade que será “señal de
contradicción” a fin de que “queden al descubierto las intenciones de muchos
corazones”.
Cuando Dios quiere no ser sólo Dios. Los días de navidad son feriados, y
ello posibilita el descanso y el acercamiento dentro de la familia. Debiera
posibilitar también la reflexión: en definitiva qué somos nosotros si se nos
dice que “ese niño es Dios”. La respuesta no es fácil, pues la pregunta
introduce a los creyentes en el misterio de Dios. Y a todo el mundo, también a
los no creyentes, los relatos de navidad debieran hacerles pensar en qué
consiste el misterio de lo humano. Conocemos a muchos hombres y mujeres
concretas, y nos conocemos a nosotros mismos. Sabemos de lo bueno y de lo malo
de los seres humanos. Sabemos de sus posibilidades y sus limitaciones. Pero lo
más hondo nuestro se nos escapa. Y es que navidad dice que en un ser humano se
ha hecho presente el misterio de Dios. “En Jesús ha aparecido la benignidad de
Dios”, dice la carta a Tito. Los seres humanos estamos transidos de Dios, somos
portadores, en carne, pequeña y limitada, del misterio de Dios.
Hoy se ve cómo renace siempre ese misterio de la vida, el misterio de
Dios, allí donde hay un gran amor. Cada quien sabrá qué piensa del misterio del
ser humano, de ser él y ella hombre y mujer sobre esta tierra. Navidad nos invita
a pensarnos desde el misterio de Dios. Y esta audacia de los creyentes está
posibilitada por una audacia mayor, que es el mensaje de navidad: Dios puede –y
tiene que- ser pensado desde lo humano, porque, antes, decidió “empequeñecerse”
y mostrarse en un ser humano como todos nosotros, Jesús de Nazaret.
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MES DE MARÍA
MES DE MARÍA
Diciembre 23
¿Niño – Dios?
Juan Luis Herrero del Pozo
La Navidad, ya inminente,
invita a muchas cosas, algunas obscenas e hirientes como el desmadre del
consumo en honor del Pobre de Yahvé… Pero invita igualmente a la contemplación
subversiva ¡Qué duda cabe que en este cambio de época, en que todo se mueve,
incluso lo más sagrado (también en el cristianismo) la Navidad debe cesar en su
papel de paréntesis en la carrera hacia el caos! Y ello cabalmente me induce a
una reflexión áspera en homenaje al “cumpleañero” que recordamos con inmenso
afecto, aquel Profeta que asesinaron por lo insoportable de su mensaje. La
expresión Niño-Dios sintetiza la forma tradicional de entender a Jesús.
Cometiendo un grave anacronismo se interpretó al pie de la letra y como relato
histórico aquel metafórico cuadro lírico-épico del llamado “Evangelio de la
Infancia”. Los seguidores y seguidoras de Jesús, deslumbrados –con sobrada
razón- por el impacto de su desconcertante figura, colocaron en el atrio de su
trayectoria humana una reflexión catequética para ensalzarlo por encima del
mismísimo César. Lo que para ellos era exordio épico en clave de homenaje de fe
lo hemos interpretado nosotros como protocolo histórico de su nacimiento e
infancia.
Para Dios nada hay
imposible: mejor que cualquier faraón, Emmanuel, el “Dios con nosotros” tiene
por padre no a un simple mortal sino al propio Dios. La comunidad creyente
inventa un edicto imperial para sustituir la humilde aldea de Nazaret por la
“ciudad de David”, el rey fundador. Una señal brilla en el firmamento del
lejano Este y pone en movimiento hacia Judea a tres magnates. La corte de
Herodes se conmueve y los padres de Jesús retoman el camino del Egipto, refugio
primero luego pesado yugo de sus ancestros. También los sencillos pastores
reciben su mensaje celeste y convergen con los orientales en la pleitesía al
enviado de Dios. Es suficiente para completar el cuadro. De los varios escritos
laudatorios, la comunidad desestimó otros más barrocos, trufados de portento,
los que denominamos apócrifos,reteniendo sólo el de más frugal grandeza.
Completa el cuadro el toque –que hoy consideraríamos de niño repelente- de un
Jesús imberbe dando lecciones bíblicas a los sesudos doctores de la capital. Y,
por fin, suavizado el tránsito de la ficción a la realidad, el primo de Jesús,
el austero Juan, lo introduce en la saga de los grandes profetas, mediante la
teofanía del Jordán…
Sobre semejante catequesis
poética ¡menudo “belén” hemos montado! Sin duda, nos sirvió durante siglos para
suplantar la magia de las celebraciones paganas de invierno. Pero hoy la magia
nos devuelve la moneda suplantando a su vez al hijo pobre de María con las
orgías del consumo. Y así, entre mito y despilfarro, hemos sacado de quicio la
sencilla y razonable realidad. Lo que era atrio poético de la vida de un
ajusticiado contribuyó a hacer de Jesús el mayor dios del Olimpo y hoy pretexto
de una bacanal. Sin embargo ¿cómo debieron ser las cosas de su infancia? Puesto
que el mito no se deja manejar bien, hagamos un simple ejercicio de buen
sentido para hacernos una idea de la infancia de Jesús de cuyos casi únicos 30
años de vida apenas disponemos de un solo elemento histórico. De estar vivos
aún José y María cuando la comunidad más cercana a ellos comenzó a fabular
religiosamente con el “evangelio de la infancia”, ellos fueron de los primeros
en aprender a interpretar en clave de fe a su hijo asesinado.
Al admirar estos días a mi
primer nieto mamando, he pensado en Jesús: frágil, ausente la mirada, siempre
dormido. El contacto con el entorno se hará lentamente y los mayores veremos
sonrisa en la primera mueca. Más adelante Jesús correteó con algún vecino,
estorbó más que ayudo a su padre en la labor, se sorprendió con esa bola de
masa de harina morena que se iba hinchando hasta que María le contó lo de la
levadura. Ya adolescente, sintió estremecerse su cuerpo a la vista de alguna
muchacha. Transcurrieron los años “en todo semejante a nosotros”. ¿En qué
mistificación apoyaría Pablo su salvedad “menos en el pecado”? ¿Ni el más
mínimo eco encontró en el interior de Jesús la tentación? No es desdoro que su
libertad se construyera, como la de cualquiera, en el esfuerzo titubeante. Nada
en el Jesús recién nacido, como en ningún otro humano, estaba predefinido,
predestinado ni siquiera por Dios. Jesús no estaba programado. Jesús pudo no
llegar a ser lo que devino. Su libertad lo construyó.
Por eso erraba de medio a
medio el cardenal Ratzinger cuando, con pretensiones de científico, afirmaba en
el 2000 “Según mis conocimientos de biología, una persona trae consigo, desde
el comienzo, el programa completo del ser humano, que luego se desarrolla”.
Ratzinger confunde en el genoma humano programa e información y se carga
obtusamente la libertad. Desde la información de nuestro genoma cada uno de
nosotros elabora, crea libremente su propio programa. Ese es precisamente el
enigma del niño que contemplamos en la cuna, el de estar abierto a su yo
futuro, incierto y abismal. Ahí es donde cabe extasiarse, contemplativo, ante
el Niño, y ante cualquier infante: ¿Qué decidirá ser? Ninguna apoteosis, ni
ninguna cruz se proyectaban sobre aquel pesebre. Lo de la “espada que te
atravesará el corazón” de Simeón a María era o una obviedad o una proyección
teológica del futuro sobre el presente. Jesús, pues, ni nace Dios (un cuadrado
no es un círculo) ni lo deviene propiamente sino que “es constituido hijo de
Dios por la resurrección” (Rom 1,4), desvelando de tal suerte lo que ocurre a
cada uno de nosotros en nuestra muerte.
Aprendió a orar de sus
padres, descubrió al Dios de Abraham en la sinagoga, asimiló a Yahvé más a la
jovialidad de José que a las manos ensangrentadas del Sacerdote del Templo y
comenzó a llamarle secretamente “papá”, un papá especial que daba de comer a
los pajarillos, granaba las espigas, iluminaba los amaneceres. Todo tan
natural, tan sencillo, tan simplemente humano. Colaborador en el hogar,
impaciente en alguna ocasión, fiel con los amigos, sensible con las mozas…
¡Todo tan sencillo y humano! Lo que no le impedía rebelarse y protestar contra
tanta injusticia y marginación. Al contrario, si por algo comenzó a destacar
fue por esto… Y así le fue.
Reflexionando así estos
días y reconstruyendo espiritualmente los primero días y años de Jesús he
comenzado a reconciliarme con unas fechas que cada año me desazonaban más. Y he
podido recuperar un nuevo sentido, el de la verdadera encarnación de Dios que
me gusta formular así: Sólo Dios es grande. Lo humano es sólo humano pero
cuanto más humano, más divino. Por eso, Jesús fue gran revelador de Dios, por
ser plena y cabalmente humano. Si algo específico podemos celebrar en Navidad
es que, como en el nacimiento de Jesús, en lo más sencillo e insignificante de
nuestra existencia se encierra una gran esperanza de plenitud.
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MES DE MARÍA
MES DE MARÍA
Diciembre 24
El Tazón de Madera del Abuelo
El abuelo se fue a vivir con su hijo, su nuera su nieto de cuatro años.
Las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos flaqueaban. La familia
completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma
del anciano hacían el alimentarse un asunto difícil. Los guisantes caían de su
cuchara al suelo de y cuando intentaba tomar el vaso, derramaba la leche sobre
el mantel.
El hijo y su esposa se cansaron de la situación. “Tenemos que hacer algo
con el abuelo”, dijo el hijo. “Ya he tenido suficiente. Derrama la leche, hace
ruido al comer y tira la comida al suelo”. Así fue como el matrimonio decidió
poner una pequeña mesa en una esquina del comedor. Ahí, el abuelo comía solo
mientras el resto de la familia disfrutaba la hora de comer. Como el abuelo
había roto uno o dos platos, su comida se la servían en un tazón de madera. De
vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y lo veían sentado sólo. Sin
embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía, eran fríos llamados de
atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida.
El niño de cuatro años observaba todo en silencio. Una tarde antes de la
cena, el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos de madera en el
suelo. Le preguntó dulcemente: “¿Qué estás haciendo?”. Con la misma dulzura el
niño le contestó: “Ah, estoy haciendo un tazón para ti y otro para mamá para
que cuando yo crezca, ustedes coman en ellos”.
Sonrió y siguió con su tarea. Las palabras del pequeño golpearon a sus
padres de tal forma que quedaron sin habla. Y, aunque ninguna palabra se dijo
al respecto, ambos habían captado el mensaje.
Esa tarde el esposo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de
vuelta a la mesa de la familia. Por el resto de sus días ocupó un lugar en la
mesa con ellos. Y por alguna razón, ni el esposo ni la esposa, parecían
molestarse más cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se
ensuciaba el mantel.
Los niños son altamente perceptivos. Sus ojos observan, sus oídos
siempre escuchan y sus mentes procesan los mensajes que absorben. Si ven que
con paciencia proveemos un hogar feliz para todos los miembros de la familia,
ellos imitarán esa actitud por el resto de sus vidas.
Los padres y madres inteligentes se dan cuenta que cada día colocan los
bloques con los que construyen el futuro de su hijo. Seamos constructores
sabios y modelos a seguir. He aprendido que independientemente de la relación
que tengas con tus padres, los vas a extrañar cuando ya no estén contigo. He
aprendido que aún tengo mucho que aprender. La gente olvidará lo que dijiste,
pero nunca lo que hiciste y cómo los hiciste sentir.
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MES DE MARIA
MES DE MARIA
Diciembre 25
Recuerdos de una mañana de Navidad
No lo creí. Los ángeles tenían
cosas más importantes que hacer con su tiempo que observar si yo era un niño
bueno o malo. Aun con mi limitada sabiduría de un niño de siete años, había
decidido que, en el mejor de los casos, el Ángel sólo podía vigilar a dos o
tres muchachos a la vez… y ¿por qué habría de ser yo uno de éstos? Las
ventajas, ciertamente, estaban a mi favor. Y, sin embargo, mamá, que sabía
todo, me había repetido una y otra vez que el Ángel de la Navidad sabía, veía y
evaluaba todas nuestras acciones y que no podíamos compararlo con cualquier
cosa que pudiéramos entender nosotros, los ignorantes seres humanos. De todos
modos, no estaba muy seguro de creer en el Ángel de la Navidad. Todos mis
amigos del barrio me dijeron que Santa Claus era el que llegaba la víspera de
la Navidad y que nunca supieron de un ángel que llevara regalos. Mamá vivió en
América durante muchos años y bendecía a su nueva tierra como su hogar
permanente, pero siempre fue tan italiana como la polenta y, para ella, siempre
sería un ángel. “Quién es este Santa Claus?”, solía decir. “Y, ¿qué tiene que
ver con la Navidad?”.
Además, debo reconocer que nuestro ángel italiano me impresionaba mucho.
Santa Claus siempre era más generoso e imaginativo. Les llevaba a mis amigos
bicicletas, rompecabezas, bastones de caramelo y pelotas de fútbol. Los ángeles
italianos siempre llevaban manzanas, naranjas, nueces surtidas, pasas, un
pequeño pastel y unos pequeños dulces redondos de ‘orosuz’ que llamábamos
bottone di prete (botones de sacerdote) porque se parecían a los botones que
veíamos en la sotana del padrecito. Además, el Ángel siempre ponía en nuestras
medias algunas castañas importadas, tan duras como las piedras. Debo admitir
que nunca supe qué hacer con las castañas.
Finalmente se las dábamos a mamá para que las hirviera hasta que se
sometieran y luego las pelábamos y las comíamos de postre después de la cena de
Navidad. Parecía un regalo poco apropiado para un niño de seis o siete años. A
menudo pensé que el Ángel de la Navidad no era muy inteligente. Cuando
cuestioné a mamá acerca de esto, ella solía contestar que no me correspondía a
mí, “que todavía era un muchachito imberbe”, poner en tela de juicio a un
ángel, especialmente al Ángel de la Navidad.
En esta época navideña en particular, mi comportamiento de un nene de
siete años era todo menos ejemplar. Mis hermanos y hermanas, todos mayores que
yo, por lo visto nunca causaban problemas. En cambio yo siempre estaba en medio
de todos los problemas. A la hora de la comida aborrecía todo. Me obligaban a
probar un poco “di tutto” y cada comida se convertía en un reto… Felice, como
me llamaba la familia, contra el mundo de los adultos. Yo era el que nunca me
acordaba de cerrar la puerta del gallinero, el que prefería leer a sacar la basura
y el que, sobre todo, reclamaba todo lo que mamá y papá hacían, sentían u
ordenaban. En pocas palabras, era un niño malcriado.
Cuando menos un mes antes de la Navidad, mamá me advertía: “Te estás
portando muy mal, Felice. Los ángeles de la Navidad no llevan regalo a los
niños malcriados. Les llevan un palo de durazno para pegarte en las piernas. De
modo que – me amenazaba – más vale que cambies tu comportamiento. Yo no puedo
portarme bien por ti. Sólo tu puedes optar por ser un buen niño”.
“¿Qué me importa? – contestaba yo - . De todos modos el ángel nunca me
trae lo que quiero”. Y durante las siguientes semanas hacía muy poco para
«mejorar mi comportamiento».
Como sucede en la mayoría de los hogares, la Nochebuena era mágica. A
pesar de que éramos muy pobres, siempre teníamos comida especial para la cena.
Después de cenar nos quedábamos sentados a la mesa, que era el centro de
nuestras vidas y hablábamos y reíamos y escuchábamos cuentos. Pasábamos mucho
tiempo planeando la fiesta del día siguiente, para la cual nos habíamos estado
preparando toda la semana. Como éramos una familia católica, todos íbamos a
confesarnos y después nos dedicábamos a decorar el árbol. La noche terminaba
con una pequeña copa del maravilloso zabaglione de mamá. ¡No importaba que
tuviera un poco de vino; la Navidad sólo llegaba una vez al año!
Estoy seguro de que sucede con todos los niños, era casi imposible
dormir en la Nochebuena. Mi mente divagaba. No pensaba en las golosinas, sino
que me preocupaba seriamente la posibilidad de que el ángel de la Navidad no
llegara a mi casa o que se le acabaran los regalos. Me emocionaba mucho la
posibilidad de que Santa Claus olvidara que éramos italianos y de cualquier
modo nos visitara sin darse cuenta de que el Ángel ya me había visitado. ¡Así
recibiría el doble de todo!
¿Por qué sucede que en la mañana de Navidad, por poco que se duerma la
noche anterior, nunca resulta difícil despertar y levantarnos? Así ocurrió esa
mañana en particular. Fue cuestión de minutos, después de escuchar los primeros
movimientos, para que todos nos levantáramos y saliéramos disparados hacia la
cocina y el tendedero donde estaban colgadas nuestras medias y debajo de éstas
se encontraban nuestros brillantes zapatos recién lustrados.
Todo estaba tal como lo habíamos dejado la noche anterior. Excepto que
las medias y los zapatos estaban llenos hasta el tope con los generosos regalos
del Ángel de la Navidad… es decir, todos excepto los míos. Mis zapatos, muy
brillantes, estaban vacíos. Mis medias colgaban sueltas en el tendedero y
también estaban vacías, pero de una de ellas salía una larga rama seca de
durazno.
Alcancé a ver las miradas de horror en los rostros de mi hermano y mis
hermanas. Todos nos detuvimos paralizados. Todos los ojos se dirigieron hacia
mamá y papá y luego regresaron a mí.
- Ah, lo sabía – dijo mamá -. Al Ángel de la Navidad no se le escapa
nada. El Ángel sólo nos deja lo que merecemos.- Mis ojos se llenaron de
lágrimas. Mis hermanas trataron de abrazarme para consolarme, pero las rechacé con
furia.
- No quería esos regalos tan tontos – exclamé -. Odio a ese estúpido
Ángel. Ya no hay ningún Ángel de la Navidad.
Me dejé caer en los brazos de mamá. Ella era una mujer voluminosa y su
regazo me había salvado de la desesperación y de la soledad en muchas
ocasiones. Noté que ella también lloraba mientras me consolaba. También papá.
Los sollozos de mis hermanas y los lloriqueos de mi hermano llenaron el
silencio de la mañana. Después de un rato, mi madre dijo, como si estuviera
hablando con ella misma:
- Felice no es malo. Sólo se porta mal de vez en cuando. El Ángel de la
Navidad lo sabe. Felice sería un niño bueno si hubiera querido, pero este año
prefirió ser malo. No le quedó alternativa al Ángel. Tal vez el próximo año
decida portarse mejor. Pero, por el momento, todos debemos ser felices de
nuevo.
De inmediato todos vaciaron el contenido de sus zapatos y medias en mi
regazo.
- Ten – me dijeron -, toma esto.- En poco tiempo otra vez la casa estaba
llena de alegría, sonrisas y conversación. Recibí más de lo que cabía en mis
zapatos y medias.
Mamá y papá habían ido a misa temprano, como de costumbre. Juntaron las
castañas y empezaron a hervirlas durante muchas horas en una maravillosa agua
llena de especias y había otra olla hirviendo entre las salsas. Los más
delicados olores surgieron del horno como mágicas pociones. Todo estaba
preparado para nuestra milagrosa cena de Navidad.
Nos alistamos para ir a la iglesia. Como era su costumbre, mamá nos
revisó, uno por uno; ajustaba un cuello aquí, tiraba del cabello por allá, una
caricia suave para cada uno… Yo fui el último. Mamá fijó sus enormes ojos
castaños en los míos.
- Felice – me dijo -, ¿entiendes por qué el Ángel de la Navidad no pudo
dejarte regalos – Sí – respondí.
- El Ángel nos recuerda que siempre tendremos lo que merecemos. No
podemos evadirlo. Algunas veces resulta difícil entenderlo y nos duele y
lloramos. Pero nos enseña lo que está bien hecho y lo que está mal y, así, cada
año seremos mejores.
No estoy muy seguro de haber entendido en aquellos momentos lo que mamá
quiso decirme. Sólo estaba seguro de que yo era amado; que me habían perdonado
por cualquier cosa que hubiese hecho y que siempre me darían otra oportunidad.
Jamás he olvidado aquella Navidad tan lejana. Desde entonces, la vida no
siempre ha sido justa ni tampoco me ha ofrecido lo que creí merecer, ni me ha
recompensado por portarme bien. A lo largo de los años he llegado a comprender
que he sido egoísta, malcriado, imprudente y quizá, en ocasiones, hasta cruel…
pero nunca olvidé que cuando hay perdón, cuando las cosas se comparten, cuando
se da otra oportunidad y amor sin límite, el Ángel de la Navidad siempre está
presente y siempre es Navidad.
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MES DE MARÍA
MES DE MARÍA
Diciembre 26
Un sueño de Navidad.
Guillermo Tribín Piedrahita
La noche tenía un Cielo
brillante. Las estrellas habían salido en alegres grupos para iluminarlo y
advertir y precisar ante los habitantes de la tierra que era la víspera de la
Navidad, por lo que nadie podía tener amarguras, ni peleas, ni guerras. Se acercaba
el Nacimiento de Jesús, la mejor noticia que el Mundo iba a recibir por los
siglos de los siglos. Era, en cierta forma, el mensaje de paz por los hombres
que habían olvidado que muy jóvenes, desde su nacimiento, habían creado un
núcleo denominado Familia, que con el paso de los años se estaba desintegrando,
con lo cual los grandes valores morales y éticos, dolorosamente, se
escabullían.
También ese Cielo tan
preciosamente iluminado quería despertar la conciencia de tantos y tantos
jóvenes –hombres y mujeres- sumidos en
la más tremenda oscuridad porque una vez, pese a las numerosas advertencias,
ingresaron en el mundo de las drogas. Y a muchísimos les costaba salir luego de
ellas. Y, generalmente, pasaban a convertirse en delincuentes porque su adicción
les obligaba a matar o a robar.
Quería también el Cielo dar una luz de esperanza para millones de personas víctimas del racismo y
la xenofobia, por el color de su piel, por su procedencia, por su condición
económica débil, para que tuvieran un hálito de paz y pensaran que un día no
muy lejano serían bien recibidos y desaparecerían todas las persecuciones, los
malos y despectivos tratos, las mofas y podrían trabajar y establecerse en
países que no eran los suyos para ayudar a crear riquezas y poder subsistir
decorosamente.
La víspera del Nacimiento del
Niño Dios, un Cielo tan resplandeciente, pretendía indicar que todas las
religiones eran igualmente respetables y que en nombre de ninguna de ellas se
podía incitar al crimen, al terrorismo, a la violencia porque, precisamente
Dios, creó al mundo para que la gente se entendiese mediante la palabra,
queriendo decir que iban a desaparecer las desigualdades sociales; que los
hombres y mujeres de buena voluntad contarían con los recursos indispensables
para su supervivencia. Así se conseguiría que la felicidad fuera la norma
general que todos contarían con una vivienda digna, con eficientes sistemas de
salud y de educación, sin prejuicios sociales ni discriminaciones.
En cada uno de sus reflejos luminosos traía un mensaje específico para
que se acabaran las guerras; para que la familia volviera a ser ese gran núcleo compacto donde predominase el
diálogo, como símbolo de unidad; para que nunca más hubiese drogas malignas y
se eliminaran para siempre. Para que el blanco, el negro, el amarillo y todas
las razas pacíficamente convivieran
ayudándose unas a otras; para que en todo el mundo las diferencias entre los
seres humanos encontraran la solución mediante el diálogo.
Pero, desafortunadamente todo
era un sueño. Tuve que despertar y encontrarme con la realidad, con esa cruda realidad, que
muchas veces, con gesto dolorido, remueve las entrañas ante tantos hechos
dolorosos, tristes, injustos y amargos que se viven a diario. Durante la noche la lluvia y la tierra se
habían entremezclado y el Cielo había estado permanentemente a oscuras. Mi
mente había ideado un mundo digno. Un mundo construido para el ser humano. Un
mundo, sin embargo, destruido por el propio ser humano, debido a su egoísmo, a
no saber alejar de su corazón las malas obras y la cizaña y por tener abierta su mente y su pensamiento
para el mal cerrándole todas sus puertas al bien. ¡Pero, a veces, los sueños se
hacen realidad!
MES DE MARIA
MES DE MARIA
Diciembre 27
La imprevisibilidad de cada vida
Hugo Mujica
Vivir, es prometerse vida, anticiparse a uno mismo. No parece posible,
no lo es, vivir sin proyectar, sin anticipar, y cada anticipación es algo así
como un salto en el vacío, un salto hacia lo que aún no es, el salto que hace
posible que lo que no es sea. Contar con lo que aún no es, es otra cosa que
calcular o predecir: es arriesgar, apostar. El juego y el arte son
escenificaciones y celebraciones de lo que toda vida tiene de imponderable, de
imprevisible. La vida tiene, es, una imprevisibilidad irreducible a cualquier
cuenta, a cualquier certeza. La existencia es un tiempo de riesgo: es el
espacio temporal que permite el juego de las decisiones, que permite la
movilidad, la transformación. El crecimiento.
La vida es actuación, no ensayo. Nacemos sin saber cómo se vive y
morimos cuando ya no tenemos tiempo para vivir como aprendimos a hacerlo. Las
cosas más importantes ni se enseñan ni se aprenden antes de hacerlas, tampoco,
en general, dan el tiempo de programarlas y controlarlas: llaman a responder,
no a calcular. Cada respuesta, cada riesgo, es una experiencia, no una
repetición, y por eso mismo es una creación. Un acto irrepetible e individual,
siempre provisorio e inconcluso, siempre abierto.
“No se puede tener paz evitando la vida”, reprocha en algún lugar
Virginia Wolf a los que la quieren “proteger” de la incertidumbre de sí misma.
Ni paz ni seguridad sin lo imponderable. La falta de certeza es una falta que
suma: lo imprevisible es el espacio, la anchura, que tiene lo previsible para
ser más que lo que se previó, para enriquecerse de novedad, de alteridad. Lo
imprevisto, lo incierto, el riesgo, son nombres de la flexibilidad, la
ductilidad; del momento de apertura de las posibilidades sin las cuales serían
impensables tanto las innovaciones como la evolución, el crecimiento de la
creación. Cuanto más asegurada está una vida más encerrada está, menos vida es;
menos espacio abierto tiene para respirar, para aletear. Si vivir es anticipar,
el anticipar produce temeridad: el miedo de abandonar lo que se es por lo que
se puede ser: de avanzar. Para nuestra cultura vivir es controlar, dominar;
dominando, controlando, nos sentimos seguros, aseguramos que nada quede fuera
de control, aunque lo que quede fuera sea lo que en la vida escapa a todo
control: lo que tiene de novedad, lo que solo en libertad llega a nacer. Bajo
el mito de la seguridad, nuestras decisiones, las que tomamos, las que son
aplaudidas, tienen como meta no tener que tomar nuevas decisiones, no volver a
decidir. Soñamos con lo estable, con lo que nos libere para siempre de la
ansiedad de decidir, de los riesgos de asumir… Soñamos, sin saberlo, con la
muerte.
El juego nos atrae porque está tan abierto a la victoria como a la
derrota: nos atrae su riesgo, su imprevisibilidad. Sin ese riesgo cualquier
juego, cualquier vida, sería un simulacro de vivir, una parodia. Asumir este
riesgo es asumir el coraje y la tensión de vivir. Asumirlo, es asumir la
gravedad de la vida: su dignidad.
La vida no es claridad, es penumbra, su luz no es la del mediodía sino
la del amanecer, la que insinúa, promete. Más que dejarse ver se deja adivinar,
presentir; esa penumbra, parece desmentir cualquier tentativa de creer que lo
ya vivido y sabido la puede explicar. Que cualquier explicación la puede
agotar.
Lo que la vida tiene para darnos es lo que ella aún no es: ese espacio
abierto en el que nos invita a nacer, ese riesgo que nos llama a recorrer.
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MES DE MARIA
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Diciembre 28
La puerta del Cielo
Un hombre, su caballo y su perro iban por una carretera. Cuando pasaban
cerca de un enorme árbol, cayó un rayo y los tres murieron fulminados. Pero el
hombre no se dio cuenta de que ya había abandonado este mundo y prosiguió su
camino con sus dos animales; a veces los muertos tardan un cierto tiempo antes
de ser conscientes de su nueva condición…
La carretera era muy larga, colina arriba, el sol era muy fuerte estaban
sudados y sedientos. En una curva del camino vieron un portal magnífico, todo
de mármol, que conducía a una plaza pavimentada con adoquines de oro, en el
centro de la cual había una fuente de donde manaba un agua cristalina. El
caminante se dirigió al hombre que custodiaba la entrada.
-Buenos días.
-Buenos días – Respondió el guardián.
-¿Cómo se llama este lugar tan bonito?
- Esto es el Cielo.
- Qué bien que hayamos llegado al Cielo, porque estamos sedientos
- Usted puede entrar y beber tanta agua como quiera
- Y el guardián señaló la fuente.
- Pero mi caballo y mi perro también tienen sed…
- Lo siento mucho – Dijo el guardián- pero aquí no se permite la entrada
a los animales.
El hombre se levantó con gran disgusto, puesto que tenía muchísima sed,
pero no pensaba beber solo; dio las gracias al guardián y siguió adelante.
Después de caminar un buen rato cuesta arriba, exhaustos, llegaron a otro
sitio, cuya entrada estaba marcada por una puertecita vieja que daba a un
camino de tierra rodeado de árboles.
A la sombra de uno de los árboles había un hombre echado, con la cabeza
cubierta por un sombrero, posiblemente dormía.
- Buenos días – dijo el caminante.
El hombre respondió con un gesto con la cabeza.
- Tenemos mucha sed, yo, mi caballo y mi perro.
- Hay una fuente entre aquellas rocas – dijo el hombre, indicando el
lugar – Podéis beber tanta agua como queráis.
El hombre, el caballo y el perro fueron a la fuente y calmaron su sed.
El caminante volvió atrás para dar las gracias al hombre.
- Podéis volver siempre que queráis – Le respondió-
- A propósito ¿Cómo se llama este lugar?
- Cielo.
- ¿El Cielo? ¿Pero si el guardián del portal de mármol me ha dicho que
aquello era el Cielo!
- Aquello no era el Cielo, era el Infierno.
El caminante quedó perplejo.
- ¡Deberíais prohibir que utilicen vuestro nombre! ¡Esta información
falsa debe de provocar grandes confusiones!
- ¡De ninguna manera! En realidad, nos hacen un gran favor, Porque allí
se quedan todos los que son capaces de abandonar a sus mejores amigos…
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Diciembre 16
El Dios de los perdidos
Jesús buscaba sin duda la «conversión» de todo el pueblo de Israel.
Nadie lo dudaba. Entonces, ¿por qué perdía el tiempo acogiendo a prostitutas y
recaudadores, gente al fin y al cabo indeseable y pecadora? ¿Por qué se
despreocupaba de los que vivían en el marco de la Alianza y se dedicaba tanto a
un pequeño grupo de perdidos y perdidas? Jesús respondió con varias parábolas.
Quería meter en el corazón de todos algo que llevaba muy dentro. Los «perdidos»
le pertenecen a Dios. Él los busca apasionadamente y, cuando los recupera, su
alegría es incontenible. Todos tendríamos que alegrarnos con él.
En una de las parábolas habla de un «pastor insensato» que ha perdido
una oveja. Aunque está perdida, aquella oveja es suya. Por eso, no duda en
salir a buscarla, abandonando en el campo» al resto del rebaño. Cuando la
encuentra, su alegría es indescriptible. «La carga sobre los hombros», en un
gesto de ternura y cariño, y se la lleva a casa. Al llegar, invita a sus amigos
a compartir su alegría. Todos le entenderán: «He encontrado la oveja que se me
había perdido».La gente no se lo podía creer. ¿No es una locura arriesgar así
la suerte de todo el rebaño? ¿Acaso una oveja vale más que las noventa y nueve?
¿Puede este pastor insensato ser metáfora de Dios? ¿Será verdad que Dios no
rechaza a los «perdidos», sino que los busca apasionadamente? ¿Será cierto que
el Padre no da a nadie por perdido?La parábola explica muy bien por qué Jesús
busca el encuentro con pecadores y prostitutas. Su actuación con las «ovejas
perdidas» de Israel hace pensar. ¿Dónde se mueven hoy los pastores llamados a
actuar como Jesús? ¿Dentro del redil o junto a las ovejas alejadas? ¿Cuántos se
dedican a escuchar a los «perdidos», ofrecerles la amistad de Dios y
acompañarlos en su posible retorno al Padre?
Nosotros somos más «sensatos» que Jesús. Para nosotros, lo primero es
cuidar y defender a los cristianos. Luego, gritar desde lejos a toda esa gente
perdida que vive al margen de la moral que predicamos. Pero entonces, ¿cómo
podrán creer que Dios no los está condenando desde lejos sino buscando desde
cerca?
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