martes, 19 de junio de 2018

MEDITACIONES JUNIO



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MEDITACIÓN No. 1    

AMOR NO SACRIFICIOS
Junio 21

A menudo resuenan en mi corazón estas palabras: “Porque yo quiero amor y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos”  (Oseas 6, 6).

Pienso en el año de la Misericordia y lo poco que hemos hecho. Hoy ocurrió algo que lo cambió todo y me puso en movimiento.  Llegó mi hijo al medio día a la casa para almorzar y me comentó: “Hay un accidente en la esquina. Una joven está tirada en la calle, golpeada. Acabo de llamar a la ambulancia”.

Mi hija Ana Belén me recomendó: “Papá, ¿por qué no vas a ver si puedes ayudar en algo?”

Cuando llegué el cuadro era impresionante.  Le brindaba primeros auxilios un médico que de casualidad pasaba por allí con su esposa. Se detuvieron para ayudar.

Me acerqué y de pronto recordé esto: “Misericordia quiero…”

La persona  que estaba  más cerca la cubría del sol inclemente con un paraguas.

“No soy médico”, le dije, “pero puedo rezar. Soy católico. Pregúntele si no tiene inconveniente que rece por ella”.

La joven asintió.

La mire a los ojos y recé en voz alta por su salud, para que volviera pronto a casa.

En ese preciso instante llegó una ambulancia a socorrerla.  Me retiré animándola:

“Todo va a salir bien. No te preocupes. Ánimo. Te vas a curar. Dios te ayudará”.

Nunca había hecho algo parecido.  Fue como una necesidad vital, algo espontáneo  que  brotó del fondo de mi alma:

“Reza por ella”.

Y recé.

Conozco el poder de la oración de intercesión, lo he vivido en carne propia.  Cuando otros rezan por nosotros ocurren los milagros. Me ocurrió a mí años atrás.

Aprendí y descubrí el valor de la oración nacida del corazón.

Pero rezar por un herido tirado en medio de la calle, con la esperanza que Dios lo va a auxiliar, es otra cosa, una experiencia única.

Fue maravilloso poder ayudar en lo poco.

Experimenté la cercanía de Dios, su consuelo, mientras le pedía que esa joven sanara.

No la conozco, no sé su nombre, aceptó la oración de un desconocido. Y eso tiene un gran valor a los ojos de Dios.

Fue admirable cómo se crearon tantos lazos de solidaridad.

El joven que se quitó el suéter  para que ella no tuviera que apoyar la cabeza sobre el pavimento, la que sostenía el paraguas arrodillada, para protegerla del sol del mediodía; el médico con su esposa que se detuvieron sin pensarlo dos veces, los que estaban cerca y voluntariamente llamaron a la ambulancia.

Hay gente buena en este mundo.

Restauran nuestra esperanza.

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M. E. Winston Pauta  Avila.
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MEDITACIÓN No. 2

Anda, Jesús te espera en el sagrario

Junio 22

Crecí escuchando historias de sor María Romero, la beata que realizó grandes obras por los más pobres. Mi madre, María Felicia Soto, fue una de sus primeras misioneritas en Costa Rica, cuando estudiaba en el Colegio Superior de Señoritas. La conoció muy bien y vivió con ella aventuras espirituales increíbles. A su lado, vio milagros innumerables y conversiones extraordinarias.

Me cuenta que cierta vez sor María fue al sagrario y le preguntó a Jesús:
— ¿Quién soy yo, Jesús?
Una voz clara, salida del sagrario respondió:
—Tú eres la predilecta de mi Madre y la consentida de mi Padre.
—Y de ti, ¿quién soy?,  volvió a preguntar sor María.
— ¡Mi amada!

Le encantaba colocar rosas frescas, de su rosal, muy cerca del sagrario para que el dulce aroma de las flores le llegara a Jesús.

Solía recordar estas anécdotas cada vez que iba a visitar a Jesús en algún oratorio o una capilla.  Imaginaba largas conversaciones con Jesús.

Un día fui a verlo. Me quedé con Él, acompañándolo, recordando nuestra amistad de la infancia y le pregunté:

“¿Qué quieres de mí?”

La respuesta no se hizo esperar. En lo más hondo de mi alma escuché su voz, tierna, llena de un amor inimaginable.

Era clara como el viento, fuerte como una tempestad, y me decía:

“Escribe. Deben saber que los amo”.

Regresé a mi casa un poco confundido y empecé a escribir y  narrar mis aventuras con Jesús.

Pensé que las personas se burlarían de mí si les contaba. Ya me habían llamado: “bicho raro”.

“Soy un bicho raro para Jesús”, respondía.

No estaba muy a gusto publicando estas historias. Pero sentí que debía hacerlo y seguí adelante, un escrito tras otro, que dieron lugar a mis primeros libros.  Y de pronto ocurrió lo inesperado. Empezaron a llegar testimonios increíbles de los lectores, contándome cómo mis libros les habían cambiado sus vidas. Yo quedaba impactado. Y me preguntaba: “¿Cómo era eso posible?”

No siempre comprendía lo ocurrido y los enviaba al sagrario para que le agradecieran a Jesús.

Aun hoy recibo de diferentes países, correos que me llenan de esperanza y me motivan a continuar.

Hace unos días una joven me contó que fue a una librería y uno de mis libros se cayó de la estantería frente a ella. Lo recogió del suelo y lo acomodó en su lugar. Siguió ojeando otros libros y el mío volvió a caer su lado. Vio esto como una señal y lo compró. Se titulaba: EL SAGRARIO.

“Sus historias me ayudaron mucho”, me dijo emocionada. “Ahora voy al sagrario y visito a Jesús todos los días”.

“Me encanta ir al sagrario para estar con Jesús. Es mi mejor amigo”, le respondí. Por eso le recomiendo a todo el que puedo:

“Anda, Jesús te espera”.

Desde el sagrario Jesús te mira, con tanta ilusión, buscando un gesto de amor de tu parte, un:

“Te quiero Jesús”.

¿Se lo dirás?


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¿PUEDO APRENDER A PERDONAR?
Junio 23

Claudio de Castro
Hace algunos años leí sobre un sacerdote al que secuestraron y torturaron. Sus captores le hicieron la vida imposible. Terminaron los años de la persecución y fue liberado. De alguna forma logró sobrevivir a su cautiverio.

Un día, caminando por una céntrica avenida, se encontró de frente con su torturador que caminaba en vía contraria hacia él.

Cuando vio al sacerdote disminuyó sus pasos y bajó la cabeza para no ser reconocido. Muy tarde. Nuestro sacerdote lo había visto y estaba  a unos pasos de él.  Se apresuró para tenerlo enfrente, lo abrazó inesperadamente y le dijo al oído: “Te perdono”. Luego continúo su camino con una gran paz interior.

Fue una historia sorprendente que te impacta. Siempre la he tenido presente al momento de perdonar. Me lo digo a menudo: “Si otros han podido, ¿por qué yo no?”

Hace poco me acusaron injustamente y quisieron hacerme daño.  Me sentí terriblemente mal.  No comprendía por qué lo hicieron. Me costó mucho, pero al final encontré una fórmula sencilla para perdonarlos.

Algunos autores te enseñan a perdonar en 7 pasos.  Los he leído y tienen mucho sentido.  Yo lo aprendí de otra fuente, un maestro del perdón, el príncipe de la paz,  quien fue injustamente acusado, ultrajado y cruelmente asesinado en una cruz.

Estas palabras suyas, dichas en aquella cruz, le dieron sentido a todo:

“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”  (Lucas 23, 34).

No imaginas cuánto me emocioné al traerlas a mi mente.  Eran la respuesta que tanto buscaba. De pronto pude comprender que era posible perdonar: “porque no saben lo que hacen”. Y perdoné.

Había algo más que debía hacer: Orar por ellos.

Esto ya no era tan simple. Una cosa es perdonar y tratar de olvidar. Otra muy diferente rezar por los que me estaban haciendo daño.  Me encontraba en la incertidumbre cuando encontré otras palabras que me sacudieron el alma.

 “Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen” (Mateo 5, 44).

Se nos pide ser bondadosos y compasivos.

¿Cómo lograrlo?  Amando.

Yo he decidido perdonarlos a todos, libremente, de corazón, y rezar por aquellos que desean causarme un mal.

Rezo por todos y cuando me falta amor, se lo pido a Dios. Él suple lo que me falta y me muestra los caminos del amor, la humildad y la misericordia.

Debo reconocer que estos problemas que ahora enfrento me han acercado más a Dios, he intensificado mi oración. Llevo conmigo el “Rosario” que me obsequió un fraile franciscano y lo rezo cada vez que puedo. Pido por todos, amigos y no tan amigos.

Debes rezar. La oración te fortalecerá.

Nos permite tener esos momentos de unidad en la dulce presencia de Dios. Te ayuda a reflexionar en Su voluntad y descubrir lo te pide:

“Sé misericordioso hijo mío, perdona y ámalos a todos, puesto que ustedes son hermanos”.
https://youtu.be/nyASZqUTb24

https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEic3MzRvj9PzQNpPlVmBnyIoGLbxeQ4FiDKOROHHUfiqoxjLHwog8dC3tH7GseusItu1uO-poxyPj5bv4IMOMhmqz637IlCEWlUJp0YP73g8x6HSA-QteV4EvxKR-R2SpAxDwOSuvgtcmAj/s1600/CcorazndeJesus.gif

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CUANDO LLEGAN LAS DIFICULTADES
Claudio de Castro

No recuerdo si te conté,  de pronto, en el 2015, cayeron sobre mí una cantidad de problemas,  superiores a mis fuerzas.  Siempre he pensado que Dios permite esos momentos difíciles,  para nuestro crecimiento espiritual.

Cada vez que atravesamos una situación que nos supera, buscamos ayuda y consejos entre los más cercanos… pero suelen darnos consuelos temporales, pasajeros y no siempre ayudan. Cuando llegamos a esta conclusión, nos damos cuenta que el ÚNICO que podrá salvarnos es Dios, elevamos nuestra mirada al cielo y clamamos por ayuda.

Mi razonamiento, en esos momentos, es sencillo:

Dios es mi padre.
Un buen padre siempre desea lo mejor para sus hijos.
Dios es Todopoderoso, para él no hay “imposibles”.
Por tanto, no debo preocuparme.
De Dios sólo puedo esperar lo mejor.

Pero esto no evitó que me preocupara y dudara ante un problema que enfrenté recientemente…

La tormenta golpea sin misericordia y no encontramos a qué aferrarnos. Qué difícil pensar con claridad en esos momentos. Nos sentimos como Pedro, cuando, en medio de una tormenta, baja de la barca empieza a caminar sobre el agua y al sentir la fuerza del viento que lo sacude. le entra el miedo, se desespera, no sabe qué hacer. Empieza a hundirse, mira al maestro y le grita con angustia: “Señor, sálvame”.

La respuesta de Jesús al salvarlo fue impactante.

“¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?” (Mateo 14, 36)

Dios te enseña a tener fe. ¿Por qué lo hace?  Muy sencillo, porque desea lo mejor para ti. Jesús respondió esta pregunta fundamental cuando advirtió: “Si tuvieran la fe del tamaño de un granito de mostaza le dirían a este cerro: quítate de allí y ponte más allá, y el cerro obedecería. Nada sería imposible para ustedes” (Mateo 17, 20)

Cuánto nos falta la fe. Suelo pedirle: “Auméntame la fe”.

Con un poquito de fe, seríamos felices. ¿Nuestros problemas? Poca cosa al lado del poder de Dios.

Ese problemas que ahora enfrentas, tus miedos, la soledad, el dolor de una pérdida, serían aliviados hoy mismo,  porque “… no hay nada imposible para Dios” (Lucas 1, 37).

En mi caso, escribir estas palabras es un alivio. Me doy cuenta a medida que avanzo que no tengo motivos para temer. Si Dios está con nosotros, nada ni nadie nos podrá dañar.

Es un descubrimiento maravilloso.  Una certeza que lo cambia todo.

Dios es Todopoderoso y es tu padre.  Busca lo mejor para ti.  ¿Qué hacer?  Abandonarnos en su Amor. Déjalo actuar en nuestras vidas. Darle la oportunidad.

DÉJATE AMAR POR DIOS.

Yo, me he decidido por Él y me siento tranquilo, feliz, seguro.
Ha valido la pena.
Han sido buenos años.

Y los mejores, están por venir.
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